Nos hemos acostumbrado a que el mensaje de una banda sea algo accesorio, escondido detrás de la imagen, la producción o la originalidad en la difusión en redes. También a que resulte mecánico, asociado a un determinado estilo, una repetición del cliché para encajar dentro del esquema mental del potencial oyente. No es el caso de Biznaga. Si bien su propuesta musical se puede encuadrar dentro del punk-rock (una etiqueta tan amplia como las influencias y matices del propio grupo), lo que ha llamado la atención desde un principio ha sido su lírica, cuidada hasta el extremo y tan original como contundente. Para hablar de esa faceta, charlamos con Jorge, bajista y letrista del grupo.
He de reconocer que he descubierto a Biznaga bastante tarde, a raíz de Bremen no existe, por lo que he tenido que hacer una rápida perspectiva de vuestra carrera. Lo que más me llama la atención es cómo los textos han ido ganando en claridad, pasando de un nihilismo oscuro a formas más reivindicativas que dejan menos espacio a la interpretación. Si en el primer disco eran unas brigadas enfadadas las que querían ver el mundo arder, en el último os ponéis en primer plano y sois vosotros quienes quieren ver arder Madrid. ¿Cómo se ha desarrollado este proceso y por qué?
La depuración del estilo es parte del proceso. Al principio, la falta de experiencia y las ganas de demostrar/te muchas cosas, te hace incurrir con frecuencia en cierto cripticismo. Buscas tu propia voz, una manera de expresar ideas o sentimientos que muchas veces son complejos y cuya finalidad, además, es que sean cantados, lo que te obliga a ceñirte a unos parámetros rítmicos o métricos más o menos concretos. “Las brigadas enfadadas” salió instantes antes de cantarla, a base de retales sueltos que tenía apuntados porque no había más tiempo. “Madrid nos pertenece” es una canción infinitamente más trabajada y a la que dediqué muchas horas a lo largo de muchos días. A veces las canciones son las que te encuentran a ti, pero para ello tienes que andar buscándolas el tiempo suficiente. En resumen, me considero un currante, un obrero, si quieres. Después de diez años escribiendo canciones, creo que he aprendido el oficio y ahora escribo mejores canciones que nunca.
A pesar del carácter reivindicativo de las letras, no aparecen “clásicos” del punk como los ataques a la Iglesia, al Ejército o a determinados partidos políticos. ¿Son instituciones que han perdido el poder frente al mundo feliz que nos propone la tecnología y las redes sociales, o las obvias para huir del cliché?
Ni la Iglesia ni el Ejército son influencias de primer orden en la sociedad actual (al menos en este y otros muchos lugares). Ni siquiera la política de partidos es lo que era hace 30 o 40 años. En todo caso podríamos hablar de sistemas, lógicas, estructuras o marcos conceptuales que atraviesan todas las instituciones contemporáneas, incluidas las virtuales. En ese sentido, las pantallas son ventanas con cristal de espejo. El mundo que vemos ahí no es más que una simulación acelerada de lo que entendemos por realidad. No existe el otro lado o es indistinguible de este.
El descontento social que se plasma en Bremen no existe contrasta con la luminosidad que desprende el resultado final, propiciada por las melodías, la producción y algún destello que se deja ver en el mensaje. ¿Hay esperanza todavía? ¿Tenemos algo a lo que agarrarnos?
Por supuesto que sí. Hemos de mantener el entusiasmo si queremos que vivir tenga algún sentido. A veces nos obsesionamos con las grandes ideas, los grandes gestos, cuya materialización parece compleja, y eso nos impide ver que a nivel “micro” podemos hacer también cosas importantes.
Es poco común lo que hicisteis en Gran Pantalla, un disco punk conceptual sobre el poder de la tecnología, una red en la que estamos todos atrapados, no solo el artista que quiere promocionar su obra, sino también el profesional liberal, que, como comentas en tu artículo en El Confidencial, depende más de su éxito en Instagram que de la calidad de su trabajo. ¿Crees que hay alguna manera de salir de esa dinámica?
Me parece poco probable que, en una época polarizada como la contemporánea, tan hedonista como depresiva, tan dependiente de la exposición y la gratificación inmediata, vayan a revertirse ciertas dinámicas que ya se han naturalizado y operan casi como un sentido común.
¿Crees en la canción protesta o reivindicativa como una forma posible de cambiar la sociedad o simplemente la usas como modo de expresión?
Creo en el potencial transformador de la música, su capacidad para operar en la conciencia de lxs individuxs. La música puede cambiar vidas, pero es lo que decía antes de los grandes gestos, conviene no atribuir o proyectar cualidades revolucionarias intrínsecas a la música, aun cuando se trate de música crítica con la realidad, porque podría provocar el efecto contrario y, en vez de emancipar, resultar castrante.
“Lecturas peligrosas a edades tempranas”, dice la letra de Los Cachorros. ¿Cuáles fueron las tuyas?
Cioran, por ejemplo…
Además de la lógica influencia de la realidad, ¿qué ensayos o escritos te han influido a la hora de encarar las letras de Bremen?
Fue determinante descubrir a Mark Fisher.
¿Cómo conjugas, a nivel personal, ese pesimismo que irradian tus textos con el hecho de pertenecer a un grupo cuyo futuro no puede parecer más prometedor?
Hago terapia con las canciones, es mi forma de sublimar la energía negativa transformándola en algo concreto, algo mejor. Algo así como un vehículo creativo para la rabia y la frustración. Puede parecer paradójico, pero creo que necesito quejarme para ser feliz.
¿Hacia dónde irán las temáticas en los próximos trabajos del grupo?
Aún es pronto, pero las canciones de “Bremen no existe” serán un buen punto de partida, sin duda.
Muchas gracias, Jorge.
Un placer. Muchas gracias a ti, Pepe.