Leer la biografía de una banda de rock siempre supone un ejercicio revelador para conocer el sentido de su historia: las claves para alcanzar el éxito, la gestión de las casi siempre inevitables luchas de egos y disputas económicas, o los errores que llevaron al fracaso y la extinción.

Black Crowes, una rareza rockera en su década, dominada por el grunge y el rap.
La narración puede encararse desde varios puntos de vista: un biógrafo externo («Nacer, Crecer, Metallica, Morir», de Paul Brannigan e Ian Winwood), una biografía oral en la que todos los miembros aportan su visión a partes iguales (el ya clásico «The Dirt», de Motley Crue y Neil Strauss), o la autobiografía de un elemento decisivo del combo que expone su visión de la historia («Commando», de Johnny Ramone). «Difíciles de manejar» no entra en ninguna de estas categorías.
Y es que el libro de Steve Gorman, batería de los Black Crowes, no es una autobiografía al uso, ni tampoco una mirada externa. Es una historia de frustración. La visión de quien, pese a ser parte integrante de una banda, no puede hacer nada para marcar el devenir de esta. Y es precisamente esa circunstancia la que le da un toque de originalidad a una obra tan absorbente como por momentos claustrofóbica.
Con la ayuda del periodista Steven Hyden, Gorman relata su impotencia a la hora de llevar a buen puerto el destino de su grupo, controlado de manera despótica por los hermanos Chris y Rich Robinson, cantante y guitarrista, con los que se ha despachado a gusto. El narrador, que se mantuvo tras su kit de batería durante toda la trayectoria de la banda, convirtiéndose así en el único miembro estable, vivió durante años una ambigua situación: por un lado, los hermanos consideraban que ellos tres eran el grupo (voz, guitarra y batería), pero por otro, no se le tenía en cuenta a la hora de tomar decisiones, que prácticamente le eran transmitidas a través del mánager, Pete Angelus.
Tampoco se le atribuyó ninguna compensación en cuestión de derechos de autor, y ese es un aspecto que me parece interesante. En un punto de la historia, los hermanos Robinson deciden vender los derechos de sus canciones, que van a suponer una cifra nada despreciable. Gorman les plantea que le den un insignificante uno por ciento de los beneficios como reconocimiento a su labor: no ha compuesto letras ni progresiones de acordes, pero ha estado en las sesiones compositivas, dando forma a las ideas de los hermanos. Si la música se compone de ritmo y melodía, ¿por qué un arpegio de guitarra se considera composición y un patrón rítmico es solo un «arreglo»? ¿No es tan importante una cosa como la otra? ¿Una estructura rítmica no es una parte de la canción?
Es curioso que ni el propio Gorman se plantee estas cuestiones. Él solo pide ese uno por ciento no porque se sienta parte creadora, sino como mera contribución a su parte de responsabilidad en el éxito de la banda. Como ya habréis imaginado, no se la dan. Los Robinson, cuya relación enfermiza de codependencia impregna casi todas las páginas, podían llegar a las manos en cualquier momento, pero a la hora de defender sus intereses (especialmente los económicos) se convertían en un bloque sin fisuras. La prueba de ello va más allá de las páginas del libro: poco después de su publicación en EEUU, anunciaron una gira conmemorativa de «Shake your money maker», su exitoso primer disco, para la que no contaron con ningún miembro de la formación original.

Los hermanicos.
Tampoco se les puede echar en cara que no llamaran a Gorman, porque los pone a caer de un burro. El que queda peor parado es Chris Robinson, a quien pinta como un ególatra adicto a la cocaína que puede cambiar de opinión cada quince minutos y llevar a la banda al desastre más absoluto: un día es un rockstar provocador y al siguiente un hippie fan de Grateful Dead (aunque un hippie bastante preocupado por la pasta: el final de los Crowes se produjo a raíz de su condición innegociable de percibir un 75% de las ganancias).
Pero Rich Robinson no se queda atrás. En plena gira con Jimmy Page, el guitarrista de Led Zeppelin se ofreció a preparar con él un nuevo disco de la banda. Los Crowes andaban en un momento bajo, pero el orgulloso (e inseguro) Rich le dijo que ya tenían unas canciones buenísimas y que no necesitaban su ayuda. Page se sintió insultado (como confiesa a Gorman un tiempo después) y abandonó la gira conjunta que estaban realizando.
Tanto si conoces a los Crowes como si no, es un libro muy interesante que, como la buena literatura, destapa las miserias humanas, incluidas las del propio protagonista, que aguantó con su orgullo pisoteado en una nave que no podía pilotar hasta que la situación se hizo insostenible para todos. No es fácil abandonar una banda que te proporciona dinero, fama y la oportunidad de tocar con los que han sido tus ídolos, aunque el precio emocional a pagar sea demasiado alto.
Y a eso es a lo que se agarra Gorman, esos momentos de genialidad que consiguen que valga la pena el sufrimiento de ver como dos energúmenos destrozan un grupo que tampoco tendría sentido sin ellos. Para muestra, esta actuación en el Tonight Show de Jay Leno, que el autor del libro califica como la mejor actuación de la banda en un plató de televisión. Alta literatura rockera.