No cabe duda de que la trayectoria de los Sex Pistols es una de las más peculiares de la historia del rock. Quizá la que más, porque resumió en un par de años lo que en otros grupos se sucede a lo largo de diez o veinte. Con el foco mediático puesto encima casi desde el primer momento, los Pistols combustionaron antes de que industria, público y prensa los pudiera digerir. Un caos destinado a no durar demasiado. A pesar de ello (o precisamente por ello) han generado mucha literatura, desde el monumental «England´s Dreaming» de Jon Savage hasta las autobiografías de Steve Jones y John Lydon. Y a nivel cinematográfico no podemos olvidarnos del maravilloso documental The filth and the fury, dirigido por Julian Temple, o la película Sid&Nancy, que aunque lo hiciera de forma tangencial (la historia se centraba en Sid Vicious y su tóxica relación con Nancy Spungen) ofrecía un relato ficcionado de la pintoresca banda de Londres. A la espera de la serie dirigida por Danny Boyle que se estrenará en Disney+ y que ha supuesto demandas judiciales entre sus miembros («los Sex Pistols se han convertido en propiedad del maldito Mickey Mouse», dice un enfadado Lydon), la editorial Contra nos trae la biografía más fresca que nunca se realizó de la banda, y es que Dios salve a los Sex Pistols fue articulada en 1978, durante ese breve periodo de tiempo en que Rotten y compañía estuvieron en lo más alto.
Fred y Judy Vermorel, estudiantes de arte y amigos del célebre mánager Malcom McLaren, compusieron este collage de testimonios en el que se da voz a todos los que vivieron aquel momento de locura: los propios miembros, amigos, fans, productores, directores de sellos discográficos, ejecutivos de televisión, diseñadores gráficos, locutores de radio… Hablan hasta las madres de Paul Cook, Sid Vicious y Johnny Rotten. Pero si hay un testimonio que, además de articular el relato (dentro de lo que cabe) resulta revelador de todo el desbarajuste vivido, es el de Sofie Richmond, secretaría de McLaren, de la que se aportan extractos de su diario personal. La pobre muchacha no solo tuvo que lidiar con el excéntrico mánager y la banda. También tenía que encargarse de los Heartbreakers de Johnny Thunders, la banda más yonqui del planeta. No sé si sigue con vida, pero desde luego se ha ganado el cielo.

¿Yonquis nosotros?
La biografía de los Pistols es de sobra conocida: Steve Jones y Paul Cook, amigos de toda la vida, son clientes habituales de la tienda de ropa que regentan Vivienne Westwood y Malcom McLaren. Este último, después de vivir en Nueva York e intentar ser mánager de los New York Dolls, se ha propuesto trasladar el punk a Inglaterra y crear una banda que escandalice a todo el mundo.
Jones y Cook ya están haciendo sus pinitos con la guitarra y la batería, así que McLaren les pone en contacto con Glenn Matlock para que se encargue del bajo. El último en unirse será John Lydon (más conocido como Johnny Rotten), al que le hacen una prueba en la misma tienda, cantando sobre la música que sonaba en la máquina de discos (¿para qué iban a ensayar?). Rotten interpretó I´m eighteen de Alice Cooper con sus clásicos movimientos espasmódicos y su mirada de loco. Les convenció totalmente. Fichado.

Esto ya fue después…
La bola echó a rodar. Conciertos en los que destacaron por su energía y agresividad y una fama underground muy rápida que acabó con el fichaje por EMI. Según cuenta Fred Vermorel en alguna entrevista, la idea de McLaren siempre fue esperar a que les fichara alguna multinacional sin pasar por sellos independientes, para que el ruido y el escándalo fueran mayores. Desde luego, lo consiguió, sobre todo en el momento crucial en que los Pistols acudieron por primera vez a la televisión, concretamente al programa Today, presentado por Bill Grundy. Un hecho decisivo en la carrera de la banda y un momento televisivo bastante divertido, que si bien hoy puede no parecer demasiado escandaloso, provoco en su día un aluvión de llamadas a la centralita y de cartas indignadas. Como testifica el libro, hubo incluso quien se puso a dar patadas y golpes a su propio aparato de televisión porque no daba crédito a lo que salía por la boca de aquellas ratas de alcantarilla.
A partir de ahí, Sex Pistols y escándalo fueron sinónimos. Inician el caótico Anarchy Tour por Inglaterra y son expulsados de EMI, después fichan por A&M, de donde también son expulsados en tiempo récord. Y para colmo, se va Glen Matlock, harto del desprecio de sus compañeros, que le consideran un pijo que se ducha cada vez que llega a un hotel (lo dice Jones en «The filth and the fury») y al que le gustan los Beatles. Matlock acusa a McLaren de ejercer un control excesivo sobre el grupo y a Rotten de ser un déspota de trato desagradable. Buen rollo a raudales. Lo cierto es que su marcha resulta muy perjudicial para la banda a nivel musical, porque el bajista es el principal compositor. Y si encima lo sustituyes por un encantador cabeza de chorlito como Sid Vicious, que aunque encajaba a la perfección en lo estético, «no sabía tocar una puta nota» (otra afirmación de Jones), el desastre está servido.

Probablemente, este perrito fue lo más sano que se metió Sid.
El lanzamiento de «Never mind the bollocks» tampoco estuvo exento de polémica, ya que la puritana Inglaterra no estaba acostumbrada a que el título de un disco incluyera la palabra «cojones». Es más o menos en este punto en el que finalizó la primera edición del libro, al que después se añadió una segunda parte que retrataba la desintegración del grupo en aquella mítica gira por Estados Unidos. El amigo McLaren no se llevó al grupo a ciudades como Nueva York, donde podrían haber sido entendidos, sino que los paseo por los estados sureños, poco dados a simpatizar con punks londinenses. Tampoco ayudó que el grupo le gritara al público «vaqueros maricones», las cosas como son.

Haciendo amigos.
En esta segunda parte se ahonda en las personalidades de los miembros, vistas a través de los demás. No hay demasiadas palabras bonitas entre ellos. También se incluye una biografía de Malcolm McLaren, en un intento de hacer comprender al lector la importancia de su figura en el devenir de los acontecimientos. Siempre existirá el debate entre si los Sex Pistols fueron un producto prefabricado por su mánager o una banda real. Aunque en el libro se apunte más a la primera opción y sea difícil imaginar qué habrían hecho los Pistols sin su influencia, también es cierto que bajo ese aparente caos que McLaren alentaba y publicitaba, había un trabajo de composición, ensayo y grabación en estudio que nunca se ha puesto de relieve. Un disco como «Never mind the bollocks» no se hace solo. Ahí hay músicos preocupados porque las cosas encajen. Aparenta un caos, pero no lo es.
Lo que sí que supuso un caos total fue el rodaje de la esperpéntica película «The great rock´n´roll swindle», con un grupo ya prácticamente desintegrado, metidos en un proyecto en el que no creían y con un Sid Vicious hasta las cejas de caballo. La película se basaba en la visión de McLaren, por lo que da a entender que los Pistols habían sido una creación suya. Rotten se negó a participar y solo aparece en imágenes de archivo. Pero antes de esta cinta, ya había existido un intento de hacer otra con la dirección de Russ Meyer. Lamentablemente, el proyecto no salió adelante, pero el director de Faster, Pussycat! Kill! Kill!, más acostumbrado al cine de explotación de alta carga sexual, estuvo a punto de trabajar para el grupo punk con Who killed Bambi?. En el libro podemos encontrar algunos fragmentos del guion además de esta delirante sinopsis.
«Mick Jagger ha estado imitando a Johnny Rotten con el fin de rejuvenecer. Jagger y su agente, Proby, dan una fiesta para inaugurar la «reencarnación» de Jagger como Johnny Rotten. Los Sex Pistols irrumpen en la fiesta justo en el momento en que Mick es asesinado a tiros por una joven que se venga de Jagger por haber matado a Bambi, su pequeño ciervo»

Lástima.
Si Rotten y compañía fueron «la gran estafa del rock´n´roll» no es algo que vayamos a averiguar leyendo «Dios salve a los Sex Pistols», pero merece la pena acercarse a él porque de todos los libros que han generado, probablemente sea el que mejor capte el espíritu de la banda, por su construcción a modo collage de entrevistas, testimonios, artículos de prensa, cartas, etc. Mención especial para la transcripción de un discurso parlamentario en el que un escandalizado señor inglés se queja de la depravación de la banda, de lo mal que huelen los locales cuando acaban de tocar «porque las chicas han mojado su ropa interior» y de lo desastrados que dejan los hoteles. Imperdible.