Hemos tenido la oportunidad de charlar con A.J. Ussía, autor de Vatio (Coba Fina, 2021), de la que hablábamos hace unos días aquí. Una novela que relata las experiencias del autor en el mundo de la industria musical, cuando con veinte años se convirtió en chófer y asistente personal de Antonio Vega, y que está cosechando excelentes críticas.
En primer lugar, felicitarte por “Vatio”. ¿Cómo y en qué momento decidiste escribirla? ¿Cuál era tu objetivo sobre la obra?
Muchas gracias. La idea me rondaba desde hacía varios años, pero si te digo la verdad, necesitaba que la distancia me permitiera mirar la historia de una forma mucho más objetiva, más madura, como para poder mirarla de frente y poder sacarlo de dentro de la mejor manera posible, más estudiada y mucho más pensada, menos bruta. Era un trabajo muy delicado, como comprenderás.
El objetivo no era otro que dejar constancia en primera persona de un mundo muy poco accesible, un retrato fiel de una ciudad y una industria musical que hacía las cosas de formas distintas a cómo se hacen ahora. Y creo que Vatio es un fiel reflejo de todo eso.
Vatio está basada en hechos reales: el protagonista eres tú (Andy en la novela) trabajando para Antonio Vega (Polo Targo). Aparte del trabajo estilístico en la prosa y la construcción de un hilo narrativo, ¿hay algo de ficción?
Absolutamente nada. Las conversaciones entre Migue y Charo es dónde más he podido darle al texto algo de ficción, pero los hechos fueron tal cual aparecen. De hecho podría haber sido sencillo echarle un poco más de leña al fuego en temas como el poblado, el vicio y de cosas menos bonitas relacionadas con todo ese ambiente, pero no, toda esa mochila estaba intrínseca en el día a día, con lo que sabías a lo que te podías arriesgar. Creo que Vatio ha conseguido ser ese reflejo real y salvaje de esos años y muy pocas novelas se han escrito desde un punto de vista tan cercano al tema, tan desde dentro. Es mi suerte y recompensa a todo aquel riesgo también.
Además de ese lado peligroso que retratas en la novela, ¿qué tenía de especial Antonio Vega y cómo era trabajar con él? ¿Qué te aportó como persona y como escritor?
De especial tenía todo porque no había otro como él. Era su mutismo, sensibilidad, fragilidad, su forma de tocar la guitarra, los acordes que experimentaba, sus letras y bases rítmicas, sus bromas y fobias, sus malos y buenos rollos; Antonio quería participar de todos los aspectos que pudiesen retornarle algo, cualquier tipo de sensación. Se perdía en su mundo, iba y volvía y siempre trataba de mejorar técnicamente. Aprendí mucho sobre las terminaciones en español respecto a otras lenguas como el francés o el inglés. De hecho, mi amigo Montero Glez está convencido que Antonio pensaba y escribía en francés, dado que estudió en el Liceo. Es una suerte de lengua, muchísimo más agradecida fonéticamente con una canción, al igual que el inglés. El español sin embargo es más rudo, más feo al oído. Antonio siempre se obsesionaba con que sus frases pudieran parecerse más a la fonética más armónica posible, ese instrumento tan poderoso y complejo como es el de la voz él lo dominaba como ninguno.
Y sobre todo la calle. Antonio me enseñó de verdad cómo sabía el miedo, la emoción, la fidelidad, la lealtad, el vértigo y el amor. Cada una de ellas en sus máximas expresiones. No te quepa duda.
Quizá hubiera sido un gancho comercial muy potente para la novela haber usado el nombre real de Antonio. ¿Qué te decidió a no hacerlo?
Porque aunque Antonio sea un personaje por el que que transcurre la novela, no es en ningún caso el protagonista y eso hubiese confundido el papel de Vatio. La novela, como dijo Ray Loriga en el prólogo de manera tremendamente cariñosa, funcionaría igual de bien para alguien de China o Perú, queriendo decir que el fondo y la historia es la de Andy, no la de Antonio. Rechacé un contrato con una conocida editorial porque me pidieron titular la novela como una canción suya. Mi carrera como escritor está por llenarse de pasos aún y me debo a mí mismo y a mi literatura, el poder elevar una historia real como ésta, con personajes reales al sitio donde Alfonso J. Ussía te narra un relato. Real o no. Lo que pasa es que he tenido muchísima suerte en mi vida y cuando un escritor bucea dentro de sí para sacar su trabajo, yo me encuentro, entre otros, con Antonio Vega. También me impulsó mucho Antonio a escribir. Consideraba que tenía gancho, decía.
¿Cómo recomendarías Vatio a nuestros lectores?
Vatio es una ventana en el tiempo al 2004, al camerino dónde se fumaba tabaco y base de coca, y al poblado donde la vida valía un mierda. Es rock, es miedo, es pasión y sobre todo, es el viaje de madurez de un escritor que tuvo la inmensa suerte de codearse con un genio durante muchos años, hasta aprenderse de memoria hasta el último pelo que le caía de su cabeza.
Has vivido la industria musical desde dentro, ¿cómo crees que ha cambiado en los últimos tiempos?
Una barbaridad. Cuando acaba Vatio, el libro, Antonio me mete a currar de A&R en Emi España, y desde ahí trabajé con treinta o cuarenta artistas de todo tipo de estilos en la elaboración de sus discos: Luz Casal, Dover, Camela, Enrique Bunbury, Antonio Vega, Mota, Macaco, Conchita, Carlos Jean, Elefantes, El Arrebato, Nacho Vegas, Raphael, Melendi y un gran etcétera… Durante los años que trabajé en EMI cambió radicalmente todo: las radios, las editoriales, los conciertos, la calidad…
Pero la crisis de la industria musical, que ha tenido varias: la piratería, el cambio de formato, el cd, el mp3, internet, ha tenido al peor de todos sus enemigos en casa: los ejecutivos. También la tecnología. Un disco te costaba sacarlo en 1990 setenta mil euros. En 2021 te haces uno casi con la misma calidad por dos mil euros. Si no aportas otro valor que seguir a lo tuyo, como han hecho todas las discográficas los últimos años, pues te quedas fuera. Son unos mediocres turbios que han destrozado la industria por no saber adelantarse ni adaptarse a nada: solo a sobrevivir y bajar el listón de la calidad. Los seguidores son los que importan y el bonito peinado del cantante también. No sabes lo que me costaba a mí convencer a Antonio para cortarse el pelo del vez en cuando: era imposible el cabrón.
Háblanos un poco de tus gustos musicales, ¿ha influenciado la música, de alguna manera, en tu forma de escribir?
Me gusta un espectro enorme. Soy un melómano del carajo. Desde clásicos del rock, blues o músicas de países locales, folklores y demás rarezas, el flamenco sobre todo el más moderno, desde Ray Heredia en adelante sin obviar a Camarón ni a Sabicas o de Lucía. Me encantaba Amy Winehouse, me parecía un auténtico animal, pero escucho mucho melódico, mis favoritos son Calamaro, Nacho Vegas y si lo llevamos a la música anglosajona Bowie, Jackson, The Band, Lennon, Rolling Stones, Acdc, U2, de francesa me flipa Jacques Brel o Gainsbourg y más actuales —aunque sean todos casi iguales— Bebe, Nueva Suecia, Baxter Dury, Beirut y te diría muchísimos más.
En mi forma de escribir creo que la música influye mucho menos que los escritores que leo, que es mi otra gran obsesión / pasión. De ahí podría hablarte de forma de escribir, pero musicalmente hablando soy un maravilloso oyente.
Ha habido un salto temático importante entre tu anterior novela, Cuento del norte, ambientada en la posguerra civil española, y esta. Cuéntanos un poco sobre ella y de cómo se produjo ese giro hacia Vatio.
Escribe de lo que sepas —dice Ray Loriga— en el prólogo de Vatio. El norte es parte de mi vida, como lo es Madrid. En el caso del norte de España tengo dos ramas tremendamente férreas que me hacen vivir parte del año allí. Por parte de padre, mi familia es de San Sebastián y de Álava y, por parte materna, Hornedo, que es mi segundo apellido, es un pueblo cercano a Santander del que salió su padre.
Los maquis siempre han estado presentes en la posguerra y en especial en las zonas rurales y de monte y, casualmente, toda la zona donde pasamos parte del año fue una de las ultimas guaridas de Juanín y Bedoya, protagonistas de Cuento del Norte. Pero lo que me enganchó de la historia no era ni la ideología ni la guerra ni cosas de esas, sino que estaba obsesionado con la decepción y dureza de los que se tragaron quince años escondidos, en especial Juanín, rodeado de bosques, ríos, picos y balas de guardias civiles. Todo era mucho más penoso que romántico, más duro que hostil, y eso tiene una literatura que me atrae enormemente y que duele con probarlo.
El salto a Vatio viene de mi consolidación como escritor. Antonio Vega me enseñó mucho pero si de algo realmente le estoy agradecido es que me ensució la mirada. Esto te puede sonar raro o no, pero lo dijo Montero Glez en una reseña que hizo de Vatio. El que ha vuelto del otro lado con la mirada sucia, decía el maestro Montero, tiene la mirada distinta y sin duda alguna, todo lo que me pasó con Antonio ensució mi mirada, la nutrió de todo lo que un novelista de verdad necesita para contar una buena historia. Y siempre le estaré agradecido por eso. Es un máster que no se enseña en ninguna escuela de negocios.
Vatio está editada por Coba Fina, tu proyecto editorial. ¿Habrá continuidad? ¿Estará la música igual de presente?
Por supuesto. Coba Fina es como un sello independiente, donde reuniré toda mi prosa y lo que me apetezca editar que esté relacionado con el alma de este proyecto, que tendrá novelas de calle, de vértigo pero que los Vatios vayan de la mano con la lectura de cada página. Necesito un hermano más grande para llegar mas lejos pero siempre será bajo el nombre de Coba Fina, un homenaje a Muñoz Seca.
Y ya para terminar, ¿nos recomiendas un libro y un disco?
Un libro muy divertido que acabo de terminar son Las Memorias de un Poeta Asesino, de Lacenaire. Es una auténtica joya que recomiendo sin duda, una historia real de 1836 sobre un poeta riquísimo y delincuente —cuando ser delincuente estaba mal visto por las clases altas— y que cuenta todos sus asesinatos y demás mientras espera a que le ajusticien en París encerrado, es acojonante, muy bien editado por Luces de Galibo. Un disco: los Hermanos Pequeños de Nacho Vegas. Desde la primera hasta la última.