Ficcionar con personajes reales es una jugada arriesgada. Se puede caer en el cliché con mucha facilidad, cuando no directamente en la parodia. Cualquier novela histórica nos presentará a un Nerón déspota, a una Cleopatra tan atractiva como manipuladora o a un Napoleón inasequible al desaliento aunque vea perder la batalla. Su lejanía en el tiempo les ha reducido a una etiqueta a la que se recurre una y otra vez, aunque se intente ampliar esa visión para humanizarlos e introducirlos en un relato, pero, ¿qué pasa cuando ese relato lo protagoniza una estrella del rock contemporánea?

Nerón despliega su arte ante un público encendido.
No es muy común encontrar a artistas pop protagonizando ficciones literarias (no me viene ninguna a la cabeza), pero Rafa Cervera, periodista musical al que llevamos leyendo desde los 80 en medios tan importantes como El País, Ruta 66, GQ, Jot Down o Valencia Plaza, asume este riesgo del que sale absolutamente triunfador, presentándonos a un David Bowie tan creíble que llegamos a poner en duda si lo que está narrando llegó a suceder de verdad.

Rafa Cervera.
«Lejos de todo» (Jekyll&Jill, 2017) supuso su primer salto a la literatura, provocado, según afirma el mismo autor, por la muerte de Bowie: el manuscrito llevaba descansando en un cajón de su escritorio desde hacía varios años, pero a raíz del triste suceso se decidió a retomarlo, reescribirlo, hacer una poda de elementos sobrantes y llevarlo hasta su cuidada y elegante publicación, en la que contó con la colaboración de la artista plástica Roberta Marrero.
Historias paralelas.
La novela alterna dos historias. Por un lado, un protagonista adolescente que vive en una urbanización fantasma de la playa del Saler. Un chico solitario que en el verano del 77 conoce a una pareja de hermanos que van a pasar sus vacaciones en la zona. De ella, Cala, se enamora con una fuerte pulsión sexual. Con el hermano, apodado Rezónger, entabla una amistad basada en su admiración por el Duque Blanco, protagonista de la historia paralela. Cansado, arrastrando una crisis personal y artística y una importante adicción a la cocaína, Bowie decide buscar un lugar tranquilo en el que nadie le conozca. Le acompañarán en ese reposo su asistente Coco (Corinne Schwab) y su inseparable amigo Jimmy, más conocido como Iggy Pop. El destino elegido será Valencia, que ejerce como tercera protagonista de la novela.

Iggy y Bowie esperando para entrar en el Hemisfèric.
Menos mal que aún no habían llegado los 80 y la Ruta del Bakalao, porque el pretendido reposo se habría ido al garete. A mediados de los 70, se encuentran una ciudad tan tranquila como provinciana en la que nadie les conoce y que sirve a Bowie para iniciar su proceso de recuperación, interesándose por el arte y sus edificios emblemáticos (suben hasta lo alto del Micalet, que eso desengancha de la droga a cualquiera). Es en Valencia, según la narración, donde comienza a componer «Low», uno de sus álbumes más extraños y su enésima reinvención como artista.
Pero si el gancho de la novela está en el protagonismo de Bowie, quizá la parte que más emoción transpira es la otra, la de ese adolescente que narra sus recuerdos con los hermanos y que refleja a la perfección lo que significa ese periodo tan difícil en la vida de cualquier ser humano: el deseo, el amor, la necesidad de establecer vínculos aunque estos puedan resultar dañinos, la obsesión por lo que se admira, la pasión por la música y sus iconos o las ilusiones por ser alguien en el futuro quedan tan bien reflejadas que no parece una retrospectiva sino una vivencia presente.
Por supuesto, los dos relatos se cruzan en un punto, pero prefiero no desvelarlo y que leáis la novela. Solo son 132 páginas en las que se mezclan lo real y lo onírico y en la que conviven ídolos y seguidores colocados a un mismo nivel, con una prosa con toques poéticos pero al servicio de la historia. Una lectura fácil y a la vez profunda y cargada de emoción. A quien le guste la literatura rockera no se la puede perder. Y a quien le guste la literatura a secas, tampoco.