Los viajes en el tiempo han sido utilizados en la literatura en multitud de ocasiones con los más diversos fines: recopilar información, intentar demostrar la existencia de Jesucristo o matar a Hitler antes de que haga de las suyas. Ninguna de estas elevadas causas aparece en «Lena y Karl», la primera novela de Mo Daviau editada en España por Blackie Books. Aqui, los personajes utilizan el viaje temporal para un objetivo bastante más mundano: asistir a conciertos de rock.

La autora.
Karl Bender, antiguo guitarrista de una banda indie de relativo éxito en los 90 y propietario de un pub, descubre que en el fondo del armario de su casa hay un agujero de gusano (hay que hacer una pequeña suspensión de la incredulidad al principio, sí). Aprovechando los conocimientos científicos de su amigo Wayne, monta un discreto negocio en el que manda a su reducido grupo de clientes a cualquier concierto del pasado por una cantidad de dinero razonable. Solo tienen que dejarse deslizar por el fondo del armario de Karl para aparecer entre el público y disfrutar de Nirvana, Queen o Led Zeppelin (mucho más rápido que las colas virtuales para comprar entradas de Ticketmaster).

El armario de Karl.
El negocio tiene unas reglas muy claras: el agujero de gusano solo puede utilizarse para asistir a conciertos. No se pueden traer souvenirs, no se puede salir del recinto y hay que volver al presente en cuanto acabe el show. Por supuesto, no se puede alterar nada del pasado: solo ver el concierto y volver.
Pero como siempre pasa en este tipo de historias, la cosa se tuerce: a Wayne se le ocurre viajar al pasado para evitar el asesinato de John Lennon. El problema es que Karl se confunde, y en lugar de enviarlo a 1980, lo manda al año 980, una época caracterizada por la inexistencia de aparatos eléctricos, imprescindibles para la vuelta al presente. Para intentar recuperar a su amigo, Karl pide ayuda a Lena, una astrofísica friki que le pone como única condición ir a 1997 para ver a Elliot Smith, cinco años antes de que el genial cantautor se suicide.
A partir de ahí, Lena y Karl iniciarán una relación llena de idas y venidas en el espacio y tiempo sorteando todas las paradojas temporales imaginables, creando así un auténtico rompecabezas lleno de humor y referencias musicales.
A pesar de la originalidad en mezclar literatura rockera con los viajes en el tiempo, Lena y Karl no puede evitar guardar similitudes con otras novelas del género: si Karl descubre un agujero de gusano en su armario con el que intentarán impedir que Mark David Chapman asesine a John Lennon, el archiconocido Stephen King, en su novela «22/11/63» (Debolsillo, 2011), coloca otro agujero en la puerta trasera del almacén de una hamburguesería que será utilizado para impedir el asesinato de Kennedy.

Lennon y Kennedy confiando en la viabilidad de los viajes temporales. El primero parece más escéptico.
La primera vez que el viaje en el tiempo apareció en la literatura fue en 1773 con la novela «Memorias del siglo XX» de Samuel Madden, en la que un ángel viaja desde 1997 doscientos cincuenta años al pasado para entregar unos documentos a un embajador británico en los que se detalla el mundo futuro. Luego llegaría «Año 7603» del noruego Johan Herman Wessel, en la que un hada transporta a un hombre hasta el año del título. El Fausto de Goethe y el Cuento de Navidad de Dickens también exploran este tipo de viaje, realizado siempre por métodos místico-mágicos. La ciencia y la tecnología llegarían más tarde con la «invención» de la máquina del tiempo.

Viajero del tiempo viendo a lo lejos un control de la Guardia Civil.
Existe la creencia popular de que fue H.G. Wells el primero en idear un cacharro de estas características en su novela «La máquina del tiempo» (1895), pero no es así. La primera máquina del tiempo es española, la conduce un maño y se llama «El Anacronópete».
Esta novela de 1887 se adelantó a la popular máquina de Wells, aunque no obtuvo demasiada repercusión en su época y por ello se le ha negado de forma injusta su papel de pionera. Afortunadamente, en los últimos años se ha producido un trabajo de recuperación, a través de una preciosa edición, a la vez que ha sido reivindicada por la serie de TVE «El ministerio del tiempo». Escrita por Enrique Gaspar y Rimbau, fue pensada para representarse como una zarzuela, pero no consiguió que ningún productor de la época se arriesgara a asumir el elevado coste de poner en escena el cachivache ideado por el autor, una especie de Arca de Noé que volaba en sentido contrario a la rotación terrestre. Una auténtica pena, porque a lo mejor habría nacido un nuevo género (¿zarzuela-ficción?) que habría enriquecido el panorama cultural de este país.

¿Y si el señor del sombrero fuera un alien?
Datos históricos aparte, desde aqui recomendamos la lectura de Lena y Karl, una novela divertida para pasar un buen rato que, aunque alejada de grandes pretensiones, sí que consigue dejarnos con una gran pregunta en mente: si pudieras viajar al pasado para ver un concierto, ¿a cual irías?