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Julián López nos ha hecho reír en infinidad de ocasiones tanto en la televisión (suyos son los inolvidables personajes de Perro Muchacho, Vicentín o el Hombre asqueroso, desarrollados en La Hora Chanante y Muchachada Nui) como en el cine, ámbito en el que ha asentado su carrera actoral con producciones como la reciente Operación Camarón. Con Planetario (Suma de letras, 2021) ha decidido dar el salto al mundo literario, y lo ha hecho aferrándose a su gran pasión: la música.

Con claros tintes autobiográficos, el autor narra la infancia y adolescencia de Jota, un joven trompista enamorado de la música clásica, que en un lejano día de 1991 descubre por casualidad la voz de Freddie Mercury cantando The show must go on en la radio. Acaban de anunciar su fallecimiento, pero ese mismo día nace en Jota una pasión por el grupo que lideraba el malogrado vocalista, Queen. El hallazgo será tan crucial que cada capítulo de la narración está titulado como una canción de la banda.

Freddie preguntándose si se ha dejado el horno encendido.

A partir de ese momento se producen dos procesos de descubrimiento: por un lado, Jota tratará de conseguir las canciones de su nuevo grupo favorito, a través de la radio, la televisión y las bandas sonoras de las películas en las que participaron, como Los Inmortales. Por otro, el descubrimiento de la amistad, de la propia familia (en especial de sus abuelos, retratados con mucha precisión y cariño) o de los primeros amores.

El proceso de maduración de Jota es el hilo argumental de la novela, que en ningún momento explota el recurso de la intriga o de una trama vertiginosa para enganchar al lector. No lo necesita, porque como su subtítulo indica, Planetario es una novela musical, un canto de amor a la música que está presente en todas y cada una de las páginas (no me voy a poner a comprobarlo de manera empírica, pero estoy seguro de que así es). Rock, clásica, jazz, flamenco, pop… Todo ello está presente en la vida de Jota, definiendo su vida y su forma de ser (algo que le acarreará más de un problema, todo sea dicho: el arte y la vida real no suelen ir de la mano).

Y la música está atada a los recuerdos y las sensaciones, que son las auténticas bases de la historia: la infancia en un pequeño pueblo de La Mancha, los vecinos, los olores, el sabor de la comida, los juegos, las primeras borracheras y, por supuesto, la excitación de ponerse unos auriculares y darle al play del walkman o poner la aguja del tocadiscos sobre un vinilo.

Tuviste uno de estos, no lo niegues.

Es esto último lo que más me ha gustado de «Planetario»: a la ardua tarea que supone para Jota conseguir cada uno de los discos de Queen (o de cualquier otra banda o compositor) se suma ese factor sorpresa, esa capacidad para vivir con intensidad cada música que nos llega cuando somos niños y adolescentes. Podemos seguir sintiendo esa pasión cuando somos adultos, eso es indudable, pero nada nos marca tanto como lo que descubrimos a una edad más temprana. Y la dificultad de encontrar un determinado disco, que al final nos acababa grabando en cassette un vecino o cualquier conocido, añadía un elemento de conquista, de haber conseguido lo que anhelábamos, que el libro refleja a la perfección, estableciendo un paralelismo con otras conquistas vitales (independencia, madurez…)

A los que compartimos generación con el autor, esa pérdida de ingenuidad y capacidad de asombro se ha visto acentuada por la aparición de nuevas tecnologías que ponen en nuestro teléfono toda la producción musical de cualquier época: es un hecho objetivamente maravilloso y creo que nadie desearía ahora quedarse sin Youtube, iTunes o Spotify, pero que sin duda ha dividido nuestras vidas en dos mitades muy diferenciadas (al menos en lo que se refiere a consumo musical, en otros temas ya no entramos). Planetario se recrea con maestría en esa primera mitad de nuestras vidas melómanas.

Edward Elgar, uno de los compositores preferidos de Jota. No tenía ni walkman, el hombre.

Como no podía ser de otra forma, hay mucho humor en una novela que narra las típicas situaciones dantescas propiciadas por la juventud y la inexperiencia, y donde no faltan las expresiones manchegas tan características de su carrera como humorista, pero ese no es el principal reclamo del relato. No estamos ante el capricho de un cómico de sacar un libro por pura vanagloria: aquí hay mucha dedicación, respeto por la literatura y ganas de traspasar fronteras artísticas, llevando al papel una pasión que difícilmente podría expresar en otros ámbitos. Y lo ha conseguido con éxito. Una lectura imprescindible para melómanos con más que suficiente atractivo para quienes no lo sean tanto.

 

 

 

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