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Las novelas de iniciación con un claro tinte autobiográfico corren el peligro de resultar ajenas para el lector, bien porque no comparte las raíces y el contexto vital del narrador, o bien porque simplemente no siente interés por la forma en que se desarrolló la juventud de este. Son periodos en los que el común de los mortales viven experiencias parecidas: una cierta angustia existencial de brocha gorda, primeros amores, despertar sexual, necesidad de encajar, de autoetiquetarse, relación difícil con los padres… Un cúmulo de tópicos a los que no apetece volver por voz ajena, porque ya los hemos vivido en carne propia (me refiero a la gente «normal»: si has crecido en un campo de refugiados, o eres Miley Cyrus, o el Niño Polla, probablemente tendrás otro historial de vida).

Kiko Amat consigue saltar este escollo en «Rompepistas» (Anagrama) con un relato bien articulado, unos personajes definidos y carismáticos y una prosa directa y cruda.

Kiko Amat

Ambientada en el extrarradio de Barcelona de los 80, el protagonista y narrador es Rompepistas, apodo de un chaval punk, miope y desgarbado de diecisiete años, guitarrista y cantante de Las Duelistas, grupo que comparte con su ex-novia Clareana (su tortuosa relación será uno de los ejes de la novela) y Carnaval, bromista empedernido y hermano de batallitas. Rompepistas y Carnaval suelen juntarse con los Skinheads por la Paz, un grupo de redskins liderados por el Chopped que de pacíficos tienen poco. Sus enemigos son los Cuellos, que es como llaman a los que juegan a fútbol, los deportistas, los chicos bien del barrio, que, a su modo, son igual de cafres. Y, por supuesto, también está su núcleo familiar, en el que no reina la felicidad ni el dinero pero que conserva los mimbres necesarios para mantenerse unido.

La vuelta al pueblo de un adulto Rompepistas para acudir a un entierro será el desencadenante para rememorar aquel verano del 87, crucial en la vida del protagonista. No hay gran trama que pretenda enganchar al lector, pero el relato es lo suficientemente atractivo para mantenernos pegados a sus páginas: una visión un tanto fatalista de la adolescencia combinada con peleas, conflictos de pareja, rivalidades, curas cabrones, bromas pesadas, conciertos y mucha música (punk, por supuesto).

En el epílogo de esta nueva edición de la novela (publicada originalmente en 2009), Kiko Amat afirma que no es su mejor obra, pero que brotó de él de forma espontánea, casi de un tirón, sin posibilidad de reescritura. Y se nota. Por supuesto, no es una autobiografía, sino una ficción, y como toda en ficción hay elementos maquillados, falseados o exagerados: Amat afirma que no era punk, sino mod, o que los amigos retratados aquí no se corresponden con los reales, aunque sí que expone con total fidelidad el contexto en el que se crió. No es importante qué elementos son parte de la imaginación o de la memoria, porque todo parte de una verdad mucho más profunda, esa que posee todo escritor y que acaba aflorando de un modo u otro. Rompepistas puede gustar más o menos al lector, pero no se le puede negar la honestidad, la rotundidad de quien excarva en sí mismo, en sus convicciones, en sus miedos y en sus anhelos para sacar a la luz una obra literaria. Y el resultado aquí es tan divertido como amargo, tan violento como fraternal y tan apasionado como descreído.

No he tenido tiempo de profundizar mucho más en la bibliografía del autor, muy relacionado con la música y al que seguramente volveremos a ver por aquí, pero recomiendo también su última novela, «Revancha». No habla de rock, pero es un auténtico puñetazo en la cara. No os perdáis ninguna de las dos.

josebosch

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