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Maravilloso engendro que vio la luz en 1962, un año en el que también se estrenaron joyas del séptimo arte como Lolita, El hombre que mató a Liberty Valance o Lawrence de Arabia. Lamentablemente, aunque también por motivos obvios, The brain that wouldn´t die no corrió la misma suerte que estas.

 Joseph Green, junto al productor Rex Carlton, escribió el guion en un par de días y se encargó de la dirección de un rodaje que, con un presupuesto ínfimo, no llegó a las dos semanas. Terminada en 1959, no encontraron distribuidor hasta tres años después, momento en el que se estrenó en un programa doble junto a Invasion of the Star Creatures, de Bruno VeSota.

La trama es tan sencilla como efectiva: el cirujano Bill Cortner, un tipo que anda justito de escrúpulos, está desarrollando una técnica de trasplante de órganos y miembros con la intención de sustituir partes dañadas e incluso devolver la vida a los clínicamente muertos. Sus experimentos los realiza en una casa de campo, a la que decide llevar a su prometida, Jan Compton, a pasar un fin de semana. Pero ¡mala suerte! Durante el trayecto en coche sufrirán un accidente de fatales consecuencias. Fatales sobre todo para Jan, que quedará decapitada, porque Cortner sale completamente ileso. Ni corto ni perezoso, coge la cabeza de su novia y se la lleva a su laboratorio.

Pues aquí estamos…

Conectada a un montón de cables y con el cuello sumergido en un extraño líquido, lo que queda de la pobre Jan, que lo único que quiere es morirse, tendrá que aguantar hasta que su novio encuentre un cuerpo adecuado para ella. Eso sí, al gusto de él, porque el bueno de Bill buscará entre bailarinas de striptease y modelos hasta dar con la adecuada. Mientras tanto, Jan conoce a Kurt, un ayudante de Bill al que este ha injertado un brazo con resultados tirando a regulares. Y también a una especie de monstruo que tienen encerrado en una habitación al que solo se oye gruñir. Lo que Bill no sospecha mientras efectúa su búsqueda del cuerpazo perfecto, es que ese líquido que mantiene viva a Jan también le da un poder mental que va a utilizar para aliarse con el monstruo.

¿Esta te va bien?

«The brain that wouldn´t die» no es una película perfecta, desde luego. Hay evidentes fallos de montaje, diálogos que se alargan sin necesidad, actuaciones bastante mejorables… pero se deja ver como lo que es: un artefacto de serie B destinado a un público adolescente que engulle palomitas en el autocine. Y sigue funcionando sesenta años después, entre otras cosas porque en su día resultó provocadora por alguna escena más gore de lo habitual (en su estreno se recortaron diez minutos de metraje), además de alguna alusión poco encubierta al lesbianismo.

He querido contar para este artículo con un nuevo colaborador. Se trata de Berna Rodríguez, cinéfilo empedernido y batería del grupo Dragon Soup, una banda que va a dar que hablar próximamente. Berna es un tipo un tanto malcarado, tiene un pronto muy malo, pero es buena gente. Le animé a llevar una sección de cine y esta es la primera película que le he propuesto. No he conseguido que escriba un artículo como tal, solo se ha limitado a enviarme un correo para darme su opinión. Le he preguntado si lo puedo publicar y su respuesta ha sido «haz lo que te dé la gana». No le ha gustado la película, ya os lo adelanto.

 «Vaya puta mierda. Me dices que escriba en una sección de tu página dedicada al cine y yo ilusionado, pensando que iba a poder hablar de «Casablanca», o de «El Halcón Maltés», o de «Lo que el viento se llevó». Pero no, me encargas este pedazo de basura. Hay que ser cabrón, por no llamarte otra cosa. No sé qué quieres que comente de este engendro, porque no hay por dónde cogerla. Que sí, que uno puede ser muy buen cirujano y todo lo que quieras, pero si una persona se queda sin cabeza en una carretera perdida de la mano de Dios, no aguanta con vida por mucho que la envuelvas en una toalla y te la lleves corriendo a tu casa de campo. No me jodas. Y luego la pone ahí en una bandeja, como si fuera el pollo al horno que hace tu madre cuando vas a comer los domingos. Una cosa es la ciencia-ficción y otra creerse que las vacas vuelan. No vale todo. Y si quieres que te haga un análisis, pues yo que sé… La primera escena se hace más larga que un día sin pan, luego tenemos a la cabeza ahí en la bandeja del pollo y casi toda la película es el puto cirujano buscando un cuerpo perfecto en salones de striptease y concursos de bikinis. Anda que se va a una biblioteca, el hijoputa. Eso por no mencionar que los diálogos parecen escritos por un mono con un boli Bic, que los actores son más malos que el veneno y que el montador tenía parkinson, como poco. Es que no hay por dónde cogerla. Y el monstruo ese que sale, que parece el de los Goonies pero más feo todavía. Del final no digo nada, por si alguien tiene los santos cojones de someterse a esa tortura. Y hasta aquí mi comentario, si era lo que querías. También te digo que si tu sección de cine va a ser siempre así, te puedes meter mi colaboración por el culo. Un abrazo.»

Algo de razón tiene.

Así es Berna, todo un carácter, aunque en el fondo es un trozo de pan. Yo no juzgaría de forma tan negativa a la película. Es un ejercicio original a la vez que una revisitación del mito de Frankenstein bajo un prisma diferente, con el eterno planteamiento de los límites de la ciencia y la tecnología. Una pequeña joya de la serie B americana cuyo mayor encanto, al igual que todo este tipo de cine, es que nace de una limitación de medios que agudiza la imaginación para sacar la obra adelante. Y sobre todo, como señalaban The Cramps en una entrevista a Popular 1, lo realmente valioso es que estas películas eran el fruto de la creatividad de una sola persona. No hay injerencias de productores o grandes estudios que estandarizan el resultado, por lo que el espectador puede encontrarse cualquier cosa en este tipo de films, desde el efecto especial más chusco hasta el giro de guion más imprevisible. Algo que siempre es de agradecer en cualquier tipo de arte.

 

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