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El subtítulo de la última novela de Patxi Irurzun, publicada por Pamiela, puede llevar a engaño. Es cierto que hay multitud de referencias a grupos y letras de canciones de aquel movimiento que en los 80 le hizo la contra a la sobrevalorada movida madrileña, pero la obra no pretende ser un análisis profundo de la época ni hacer un recorrido histórico en el que se analicen sus causas y consecuencias. Mejor así, porque lo que encontramos en «Tratado de hortografía» es mucho más interesante.

El protagonista de la historia es una antigua estrella del punk, líder de Los Tampones, cuyo tema «Estamos contra las reglas» se asomó a las pantallas de televisión nacionales provocando un escándalo considerable, parecido a lo que les sucedió a Las Vulpess cuando interpretaron «Me gusta ser una zorra» en el programa Caja de ritmos de Televisión Española en horario infantil. El éxito les llega acompañado de polémica y hostilidad, tres factores bastante peligrosos que consiguieron truncar la carrera del grupo en muy poco tiempo.

Ya en pleno 2019, contado en formato de diario personal, el protagonista (una especie de alter ego del autor del que no conocemos su nombre) se enfrenta a una vida de la que esperaba más en aquella juventud idealista plagada de conciertos y calimocho: no ha conseguido cambiar a una sociedad que ha ido empeorando a base de runners y coachers y a la que solo puede contemplar con una mezcla de tristeza, incomprensión y desdén.

La alegre juventud de Txarli y Evaristo.

Su vida personal se encuentra en un momento caótico: el recuerdo de su mujer fallecida y el choque generacional con dos hijos inadaptados conviven con su precaria situación económica. No podía ser de otra manera, porque es un escritor intimista, de novelas «literarias», esas que, al no estar enmarcadas dentro de un género, no gozan de la apreciación del público masivo (brillante el momento en el que charla con un escritor fichado por una gran editorial). El protagonista sobrevive con sus pocos pero fieles lectores y un trabajo de media jornada como bibliotecario.

Sus únicas vías de escape serán unirse a un grupo de guerrilla ortográfica, que se dedica a subsanar errores en carteles situados en espacios públicos (porque en tiempos de palabras abreviadas en WhatsApp, lo punki es escribir bien), y la posible vuelta a los escenarios de Los Tampones, que, paradójicamente, es sugerida por la asociación de padres y madres del instituto de sus hijos.

 Tratado de hortografía no es una novela sobre el Rock Radical Vasco. Es una novela sobre la pérdida, la madurez, las ilusiones frustradas y la inconexión con un mundo que trata de conectarnos a toda costa. Pero consigue aunar estos elementos (a priori no muy alegres, desde luego) para llevarlos a un terreno en el que no falta el sentido del humor y la esperanza.

Da gusto encontrarse con una escritura tan personal, que no habla de hadas y brujos, de caballeros medievales, de emperadores romanos o de quién mató a nosequién. Y si además lo hace con una banda sonora en la que encontramos a Los Suaves, Eskorbuto, La Polla y tantas otras bandas míticas, el festín de literatura rockera está asegurado.

La única pega es que se hace muy corta, aunque el 26 de mayo tendremos en las librerías su continuación: «Chucherías Herodes». La esperamos con ganas.

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