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El suicidio sigue siendo un tema tabú en nuestra sociedad actual, pese a que en la Antigüedad se practicara con una cierta desinhibición. Para despedirse de sus allegados, el filósofo Séneca organizó un banquete que culminó, ya en la intimidad de su bañera, ingiriendo cicuta y cortándose las venas. No fue el único. Petronio, Nerón, Marco Antonio y Cleopatra o Aníbal Barca acabaron con sus propias vidas de maneras más o menos ceremoniosas y a la vista de terceros.

El típico baño relajante.

La literatura está plagada de escritores suicidas, desde la poetisa Sylvia Plath, pasando por Hemingway, Virginia Woolf, Stefan Zweig, John Kennedy Toole o el último referente, David Foster Wallace. Y en cuanto a músicos, también tenemos unos cuantos nombres: Keith Emerson, Sid Vicious, Michael Hutchence, los casos más recientes de Chris Cornell y Chester Bennington (aunque haya voces conspiranoicas que hablen de asesinato), el simpático blackmetalero Dead de los Mayhem (de cuya muerte ya hablamos aquí) y el rockero suicida por antonomasia, Kurt Cobain.

El escritor Yukio Mishima se suicidó practicando el hara-kiri ante una tropa del ejército japonés. No es broma.

Es bien sabido que la muerte pone al artista en un pedestal, situándolo en el espacio intocable del mito, pero si es el mismo artista quien provoca esa muerte, su vida y su arte se entremezclan en una maraña casi imposible de separar: el suicidio parece un acto artístico, el punto y final de una obra a la que dota de sentido y que nos hace indagar en ella para encontrar respuestas.

El suicidio de Ian Curtis a la temprana edad de veintitrés años es el misterio que intenta desentrañar «Una luz abrasadora, el sol y todo lo demás» (Reservoir Books, 2020). La trayectoria de Joy Division quedó marcada por el abrupto final de su vocalista, que se ahorcó en su casa el 18 de mayo de 1980, un día antes de que la banda se dispusiera a volar a Estados Unidos para hacer su primera gira por aquel país, hecho que les habría supuesto el salto a la fama mundial después de alcanzar la popularidad en su Inglaterra natal.

No es que el tema de su muerte esté presente en cada una de las intervenciones que conforman esta biografía oral, en la que participan sus compañeros y la gente que orbitaba alrededor de la banda, pero sí que adquiere protagonismo la principal causa que le llevó a tomar tan drástica decisión: la epilepsia.

Más o menos en la mitad de su corta carrera (apenas tres años), Curtis comenzó a sufrir ataques cada vez más frecuentes, a veces incluso encima de los escenarios. Una especie de profecía autocumplida, porque sus peculiares movimientos en escena, mucho antes de que la enfermedad empezara a manifestarse, parecían una especie de ataque epiléptico. De hecho, a veces una cosa se confundió con la otra y su propia banda no sabía si el cantante había entrado en éxtasis o necesitaba una ambulancia.

 Tampoco ayudó su situación sentimental: casado desde muy joven y con una hija, su matrimonio estaba en crisis y se había enamorado de otra mujer. Incapaz de decidirse y afectado por la medicación, su depresión fue en aumento a la vez que crecía la presión alrededor de unos Joy Division que cada vez se hacían más grandes.

Resulta difícil imaginar a un Kurt Cobain con cincuenta años: si Nirvana siguiera en activo es posible que hubieran sacado algún disco mediocre, o su fama habría tenido altibajos, pero lo que es seguro es que no veríamos la cara de Cobain en miles de camisetas como icono generacional. Su figura y obra están ligadas a su temprana muerte, algo similar a lo que ocurre con Ian Curtis y Joy Division: es imposible escuchar su oscura música y no pensar en lo trágica que resultó su historia, que culminó con un segundo disco («Closer») publicado dos semanas después del fallecimiento de Curtis y para el que ya habían elegido meses antes una portada de tintes fúnebres, en lo que es, sin duda, el lanzamiento discográfico más macabro de la historia del rock.

Portada de «Closer», con su muerto y su todo.

Por suerte, no solo hay tragedia en esta biografía orquestada por el gran Jon Savage, cronista oficial de la Inglaterra punk de finales de los setenta. Hay que destacar la importancia del paisaje de ese Manchester postindustrial en el que crecieron, además del pasaje en el que se cuenta la grabación de «Unknown Pleasures», cuya peculiar producción a cargo de Martin Hannet no dejó satisfecha a la banda, y de las sesiones para registrar su gran clásico, «Love will tear us apart».

A pesar de la dureza del relato, Savage ha sabido encajar horas de entrevistas que le han servido de material para ofrecer una obra que engancha y entretiene, una visión muy completa de una banda y una época que puedes disfrutar aún sin ser un gran fan de Ian Curtis, Bernard Sumner, Peter Hook y Stephen Morris. Porque no hay que olvidar, y eso lo deja muy claro el libro, que aquí todos eran importantes a la hora de crear ese sonido único que les caracterizaba. No hay más que ver el éxito que tuvieron los otros tres componentes con su siguiente proyecto, New Order. Pero eso ya es otra historia.

josebosch

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Join the discussion 2 Comments

  • Super Satan dice:

    Siempre me sorprende la diferencia de actitud, de estilo, incluso de movimiento,… de los grupos de la Europa del norte y centro. Fríos hasta la medula haciendo canciones pop como el que lee la esquela de su suegra. Ojo, que hay buena musica de todas partes, pero siendo como es un elemento comun a toda la humanidad es increible como una misma especie puede hacer algo como «love will…» junto con Salsa, Death o, incluso (siendo muy abierto de mente) country. 😉

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